El cerdo ha tenido y todavía tiene mucha importancia en el mundo rural, su carne salada (huesos y tocino) o bien transformada en embutidos como la sobrasada, ‘botifarrons’, ‘camaiot’ y ‘blanquets’ entre otros. Ha sido casi la única carne que han comido los campesinos durante mucho tiempo a lo largo del año. No es de extrañar, que tenga una importancia relevante en la gastronomía mallorquina. La matanza del cerdo es un acontecimiento importante dentro del calendario campesino del invierno. Este día las familias se reúnen para hacer una fiesta de ello. La mayor parte de su carne es destinada a la elaboración de embutidos, aprovechándose absolutamente todo. Una vez terminada la faena, se come abundantemente sin que falte de nada. Antiguamente la fiesta se alargaba con música y bailes, costumbre que se ha perdido con las nuevas formas de diversión. Esta tradición se mantiene viva, y son muchas las familias que sin trabajar en el campo engordan un cerdo a lo largo del año, o bien lo compran con el fin de hacer la matanza. De esta manera se obtienen unos embutidos de mayor calidad a los que podemos encontrar en los comercios, sobretodo la sobrasada que será consumida durante todo el año. Difícilmente se mantendrá mucho tiempo esta tradición. A medida que la gente que vivió aquella Mallorca rural, de antes del desarrollo turístico de los años 60 nos vaya dejando, se irá perdiendo. La alimentación actual, donde la carne fresca es un componente básico, ha restado mucha importancia a los embutidos como fuente proteínica de nuestra dieta. Además, las nuevas generaciones se han educado mayoritariamente desligadas del campo y de sus labores.
El cerdo de raza mallorquina es de color negro, de tonalidad clara o gris pizarra. Esta pigmentación corresponde a la situación geográfica y lo hace más resistente a la acción de los rayos solares. A pesar de ello, su presencia es minoritaria respecto al cerdo blanco, y va ligada a la elaboración de embutidos de calidad.